viernes, 30 de agosto de 2013

XXII DOMINGO ORDINARIO Evangelio: Lc 14,1.7-14

XXII DOMINGO ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc 14,1.7-14
Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado…”
Lucas 14, 1.7-14: En aquel tiempo sucedió que Jesús habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando.
Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto.
Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba."
Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa.
Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»
Introducción.
Los banquetes que se ofrecían en casas de los ricos en tiempos de Jesús, tenían un gran papel. El anfitrión se distinguía por el número de sus invitados o por el buen servicio a sus huéspedes. Se contrataba un cocinero de gran aprecio, se servía vino en vasos de cristal. Cuando la animación alcanzaba su punto culminante, se ponían a danzar y a aplaudir.
El invitado esperaba que se le comunicara los nombres de los restantes comensales, y que independientemente de la invitación anterior, fuese llamado el mismo día del banquete por medio de mensajeros. El invitado acudía con un vestido de amplias mangas.
Jesús como buen Maestro encontraba las circunstancias que encontraba en su camino, una para transmitir una enseñanza.
Jesús conoce el corazón humano y su reacción en muchas situaciones introduce la semilla del Reino que genera una verdadera revolución en las maneras de pensar y de vivir; lleva a repensar la vida, no con simples frases de afecto sino con análisis profundos. Jesús cuestiona y propone.
En el Antiguo Testamento se aconsejaba no ocupar los primeros puestos (Prov 25,6), como una exhortación moral. La enseñanza de Jesús adquiere los rasgos de conducta propia de la llegada del reino: quien quiere entrar en él ha de hacerse pequeño, no tener pretensiones de ser justo. La verdadera grandeza es la que tenemos ante Dios.
  1. El contexto del Evangelio de este Domingo.
Jesús está en una comida, sus acciones son analizadas, por aquellos que lo consideran una persona incómoda: “Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando” (Lc 14,1).
En la comida se practica la hospitalidad, se teje la amistad, se experimenta la gracia del compartir, se abre el corazón. Los grandes impulsos internos del amor siempre pasan por la mesa, Salmo 23,6: “Tú me preparas una mesa”. Jesús hizo de la mesa un espacio de evangelización y de construcción de la comunidad.
Jesús compartió la mesa con los pecadores, con todo el pueblo, con sus amigos y discípulos, también con los fariseos, sus adversarios que tanto lo observaban y lo criticaban. El caso de hoy, el de una cena con fariseos, es la tercera vez que Jesús lo hace (7,36; 11,37).
Jesús está en casa de un representante de la alta sociedad judía de su tiempo, su anfitrión es “uno de los jefes de los fariseos”. Jesús evangeliza los “altos niveles” entrando hasta el comedor de sus propias casas.
La cena ocurre en “sábado”, día en que los milagros de Jesús se han vuelto  polémicos para los fariseos (la curación de un hombre en 6,6 y de una mujer en 13,14, ambas en una sinagoga); Jesús hace delante de ellos un nuevo gesto de misericordia con un enfermo de hidropesía (14,2-6).
  1. Jesús pasa de “observado” a “observador”
Después de la curación del hidrópico y de la lección sobre la misericordia inaplazable (14,2-5), deja a su auditorio sin argumentos (14,6), Jesús ahora pasa de observado a observador.
A partir del análisis de dos puntos importantes en las fiestas de banquetes: la distribución de los puestos en la mesa y la lista de los invitados, Jesús da dos lecciones importantes para la vida de sus discípulos. El problema no está en lo externo sino en la motivación interna: el honor.
  1. La etiqueta en la distribución de los puestos en la mesa (14,7-11)
El texto se divide en tres partes:
1º Una observación: “Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos”.
Una de las necesidades humanas es la estima y el reconocimiento. El problema se da cuando se busca por medio de la competencia: ser superiores a los demás, tener posiciones más altas, estar más adelante. Esto es lo que Jesús ve en los comensales de aquella mesa: quieren los puestos más visibles que indican superioridad. Esto sucede con frecuencia. Es la feria de las vanidades: lo nuestro es superior o mejor que lo de los otros.
2º Una parábola: “Cuando seas invitado…”
Jesús propone una regla de comportamiento diferente: “Cuando seas invitado a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto”. Su frase proviene de la sabiduría popular: quien busca los primeros puestos de manera directa o muy de prisa puede terminar recibiendo más humillación que honra.
Jesús no quiere sólo recordar una regla de sabiduría sino ir al fondo de las actitudes: hay dejarle al dueño de casa la asignación de los puestos. Éstos no dependen de los méritos personales, sino de la gratuidad del anfitrión.
3º La aplicación: “Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”.
Jesús pone en crisis este tipo de comportamientos. Toda búsqueda de honor fracasa delante de Dios; es más, tiene un efecto contrario. Dios no admite las jerarquías inventadas  los hombres. Este tipo de cosas pertenecen al mundo de la vanidad, que en el fondo es vaciedad y egoísmo.
La conclusión es un principio de vida evangélico: La última palabra sobre el valor de las personas la tiene Dios. Lo dijo María en el Magníficat: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes” (1,52).
Estas actitudes provienen del fondo del corazón, por eso se retoma como conclusión de la parábola del fariseo y el publicano: “Todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado” (18,14).
  1. La etiqueta al elaborar la lista de los invitados (14,12-14)
Después de hablar a todos, a partir del comportamiento de los comensales, Jesús se dirige al anfitrión del banquete para hablarle de una tarea que era propia de él: hacer la lista de los invitados.
En su enseñanza, Jesús hace un paralelo entre:
1º Lo que “no” se debe hacer: “cuando des una comida o una cena, no tomes la iniciativa de invitar a...”
2º Y el comportamiento deseable: “cuando des un banquete, toma la iniciativa de invitar a...”
1º La Mesa del Señor: una comunión a partir de los iguales.
“Los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos”, las relaciones se establecen con personas que están al mismo nivel, esto permite el intercambio: se puede devolver la invitación o intercambiar regalos. La comunión se fundamenta en la posibilidad del intercambio. Con este criterio, el círculo de los invitados se reduce, llegando al exclusivismo: los pobres y los miserables quedan automáticamente excluidos.
2º La Mesa del Señor: una comunión que elimina la desigualdad.
Jesús recomienda que la invitación se dirija a todos aquellos que las diversas circunstancias de la vida han marginado: “los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos”. Personas que no tiene como corresponder con otra invitación en la tierra sino que será Dios quien lo hará en la resurrección.
Así se reconoce en todas estas personas su igual valor y dignidad; Jesús refleja una nueva manera de entender las relaciones humanas: Dios nos ama por encima de todo, a pesar de que no queramos o no estemos en condiciones de responderle a la altura de su amor.
  1. A modo de conclusión de las parábolas.
Jesús no dice que no haya que comer con los familiares ni con los amigos; a lo que se opone rotundamente es al exclusivismo y a la marginación de los más desfavorecidos.
Hay que vencer el exclusivismo y los prejuicios derribando los muros y los círculos cerrados en las relaciones humanas. El corazón debe ensancharse para acoger con amor a todos, especialmente a los desfavorecidos, los abandonados, los que sufren, haciéndolos parte de nuestra propia vida.
Al comprender que nuestro honor no depende de nuestros méritos sino de la gratuidad del corazón de Dios, construiremos nuevas relaciones en el mundo que no se basan en la utilidad que nos puedan reportar sino en el valor infinito que tiene cada persona.
  1. La opción preferencial por los pobres y excluidos.
Dentro de la preocupación por la dignidad humana, está la angustia por los millones de hermanos no pueden llevar una vida digna.
La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos de la Iglesia latinoamericana y caribeña. Juan Pablo II sostuvo que "convertirse al Evangelio para el pueblo cristiano que vive en América, significa revisar todos los ambientes y dimensiones de su vida, especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común".
Nuestra fe proclama que "Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre". Dios se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción por los pobres nace de nuestra fe en Jesucristo (Hebr 2,11-12). Pero ella no es ni exclusiva, ni excluyente.
Por eso estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: "Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo".
Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: "Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron" (Mt 25, 40).
De nuestra fe en Cristo brota la solidaridad como actitud de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, en la defensa de la vida y de los derechos de los vulnerables y excluidos.
La Iglesia está convocada a ser "abogada de la justicia y defensora de los pobres" ante "intolerables desigualdades sociales y económicas", que "claman al cielo", la Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos.
Jesús lo propuso con su modo de actuar y con sus palabras: "Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos”.
La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con ellos. A la luz del Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de Cristo, pobre como ellos y excluido entre ellos. Desde esta experiencia creyente compartiremos con ellos la defensa de sus derechos.
  1. Breve catequesis sobre Jesús y los pobres.
  1. Los pobres y marginados son los preferidos de Dios.
Surgen dos interrogantes:
v  ¿Ama Dios a algunas personas más que a otras?
v  ¿Tiene Dios favoritos o preferidos?
Es una vieja cuestión discutida por siglos: ¿Hay una raza escogida? ¿Están algunas personas predestinadas al cielo o al infierno? ¿Ama Dios a los pobres más que a los ricos? ¿Quiere Dios más a los pecadores que a los justos? ¿Ama Dios a los vírgenes más que a los casados? Parece que la Escritura insinúa que Dios ama más a unos que a otros, ¿es esto verdad?
Es difícil responder, porque en parte es una pregunta engañosa, cuando formulamos este tipo de contraposiciones, ¿Quiere Dios a esta persona más que aquella?, estamos formateando la cuestión de forma errónea.
Cuando Jesús dice que hay más alegría en el cielo por la conversión de un pecador extraviado que por otras noventa y nueve personas que no necesitan arrepentirse, no está afirmando que Dios ame más profundamente a los pecadores que a las personas rectas.
Para Jesús no hay personas rectas; hay sólo pecadores necesitados de conversión, y presuntuosos pecadores que no ha reconocido todavía la necesidad de arrepentimiento.
No hay santos, sólo pecadores, la aventura cristiana es una aventura de conversión, un volver permanentemente al redil.
Lo mismo ocurre con la pregunta de si Dios ama más a los pobres que a los ricos. Jesús dice sin equivocarse, que Dios siente un amor preferencial por los pobres, pero ¿significa eso que Dios ama menos a los ricos?
Tenemos que tener cuidado en el modo cómo contrastamos estas categorías: pobres contra ricos. Lo que se está afirmando no es que Dios nos ame más cuando somos pobres que cuando somos ricos. La idea consiste en que Dios nos ama en nuestra pobreza y cuando reconocemos nuestra pobreza.
Para Jesús hay sólo dos clases de personas: Las que son pobres y las que no asumen su propia pobreza. Y no es que Dios prefiera que seamos pobres, ni que nos ame más cuando somos pobres.
Al sentirnos pobres y asumir humildemente nuestra pobreza, invitamos al amor a entrar en “nuestra casa”, tanto al amor de Dios como al de los otros.
  1. Jesús anduvo siempre en "malas compañías".
En la sociedad y en el tiempo de Jesús había mucha gente marginada por causa de la religión.
Marginados eran los que no tenían un origen legí­timo; los que ejercían oficios despreciables; los impuros; las viudas, las mujeres, los niños, los ignorantes que carecen de formación religiosa, los samaritanos y los paganos. Todos ellos eran objeto de desprecio y de con­dena. A la mayoría de ellos se les negaba el acceso a la salvación.
Jesús hace una opción clara por esta gente pobre y marginada. Se junta con ellos, los acepta en su compañía, come con ellos, hace en su favor la mayor parte de sus milagros. Con sus acciones y gestos de solida­ridad da a entender que los pobres son los preferidos de Dios.
  1. Jesús y los pecadores.
Los "pecadores" formaban un grupo "fuera de la ley", y, por lo tanto, un grupo marginado por la sociedad judía. El nom­bre de "pecadores" no se refería a una situación moral interior; sino a una situación social. En una sociedad fundada en la religión, los que ejercían un trabajo o profesión "infame" eran excluidos del culto y de las reuniones públicas. Por eso se  llama pecadores no sólo a quienes no observaban la Ley, sino a aquellos que ejercían una profesión "despreciable": publicanos, prostitutas, car­niceros, pastores, etc. o que padecían una enfermedad, como los leprosos.
Los pecadores, además de la condena moral, sufrían el desprecio, el rechazo y la marginación. Un caso típico es el de los publicanos o recauda­dores, que eran despreciados por sus abusos, por ser colaboradores de los romanos y por tener costum­bres impuras provenientes de los gentiles. Por su profesión se les negaban algunos derechos civiles: ser jueces y dar testimonio en un juicio; no se les admitía en la convivencia normal: banquetes, bodas; se les negaba el saludo; su dinero no era aceptado por impuro; etc.
Jesús no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mc 2,17). Por eso rompe los formalismos sociales y religiosos de su época, acoge a todas estas personas: platica con una prostituta, defiende a una adúltera, se invita a comer a la casa de Zaqueo, un cobrador de impuestos de mala fama, etc. Su actitud provoca el escándalo y el rechazo de las autoridades religiosas. Le dicen con desprecio que es "un comilón y bebedor, amigo de publicanos y peca­dores" (Mt 11,19).
Jesús se acerca a los pecadores como un amigo, les ofrece amistad, comprensión, confianza, fe, salvación, el perdón de Dios. Los ayuda a reorientar su vida... Por eso Jesús es buena noticia para ellos.
  1. Jesús y los enfermos.
Para compren­der el comportamiento que tuvo Jesús con ellos es necesario conocer pri­mero el sentido de la enfermedad en la sociedad judía. En la época de Jesús la enfermedad era, ante todo, un signo de pobreza y abandono, ya que el enfermo frecuentemente quedaba desamparado y estaba condena­do a vivir como un mendigo.
Pero había algo más doloroso. La enfermedad era considerada como un castigo o maldición de Dios. El enfermo era sospechoso de pecado.  Aparte del dolor físico llevaba la condena moral.
Por último, la enfermedad suponía una marginación social. El enfermo en muchos casos era considerado ritualmente "impuro", pecador maldito, y era rechazado y expulsado de la sociedad. Este es el caso con­creto de los leprosos, los más marginados entre los marginados, que por su impureza tenían que vivir fuera de los pueblos o ciudades.
Los evangelios nos dicen que a Jesús le traían personas que sufrían toda clase de enfermedades y dolencias y él los cura­ba a todos. Pero Jesús no es un doctor que simplemente sana a los enfer­mos. Hace algo más: rehabilita a estas personas que están hundidas por el dolor, la condena moral, la soledad y la marginación social.
Jesús se acerca a los enfermos, los aco­ge, los escucha, los comprende en su dolor y soledad. Les infunde fe y esperanza, así descubren que no están abandonados por Dios. Los integra de nuevo a la sociedad, a la convivencia con los demás. Jesús, con su actitud hacia ellos, los hace sentirse personas: de nuevo pueden ver, oír, caminar, valerse por sí mismos, vivir...
  1. Jesús y las mujeres.
Es otro grupo de personas marginadas y discriminadas en la sociedad judía. La mujer era propiedad primero del padre y des­pués del marido. No participaba en la vida pública. Su sitio era la casa y sus deberes eran ocuparse de los hijos y cuidar del hogar. Dentro de la casa era considerada como un ser inferior al varón. Vivía en una sumisión total al esposo.
La mujer no tenía nada que hacer fuera de la casa. Si salía del hogar, debía cubrirse el rostro y no le estaba permitido detenerse a conversar con los hombres. Estos, a su vez, no las saludaban ni les dirigían la palabra.
La legislación era discriminatoria con ellas, no podían ocupar un cargo o función pública y nunca se les admitía a un tribunal como testigos. Lo mismo sucedía en el campo religioso. En la sinagoga no podían estar junto a los varones, sino en un lugar secundario. En el templo no podían llegar hasta el patio de los varones, ya que tenían su propio lugar. No se les enseñaba la Ley ni eran admitidas en las escuelas rabínicas.
La mujer sufría una clara marginación en los tiempos de Jesús. Su situación era tan lamentable que los judíos varones recitaban todos los días la siguiente oración: "Bendito seas, Dios, porque no me has creado pagano, no me has hecho mujer y no me has hecho ignorante".
Jesús ante esta situación toma una actitud revolucionaria que atenta contra los criterios y las costumbres sociales de su época: tiene amigas como Marta y María; cura a las mujeres, incluso llega a tocarlas, lo cual estaba prohibido; platica con una samaritana; defiende a una mujer adúltera; se deja besar los pies por una prostituta; acepta entre sus discípulos y segui­dores a las mujeres, etc. Jesús, con estas actitudes, acoge, respeta, defiende, honra y promociona humanamente a la mujer. Les de­vuelve su dignidad de personas humanas.
  1. Terminamos en espíritu de reflexión y oración.
“Dejen que la situación de los pobres les hable”
La lucha contra la pobreza y el cambio de estructuras se  realizará por los pobres. Nadie podrá remplazarlos en sus derechos y sus deberes frente a este indispensable  desafío.
Las personas de buena voluntad podrán sólo ayudar a comenzar un proyecto, pero nunca pensar  que depende de aquellos que vienen del extranjero, sino que los nativos de un país  son los  verdaderos responsables y actores.
En la ayuda internacional hay todavía una mentalidad sentimental y una tendencia a sustituir al nativo. Parecería que lo esencial de quien viene ayudar es tener la sensación exótica de vivir y ofrecer su generosidad como algo fuera de lo habitual.
Un trabajo humanitario y de desarrollo debe poner en el centro al nativo que es el primer responsable de su vida y de su país. Nosotros sólo podemos alentarlos a que tomen confianza en sí mismos, a ponerse de pie, caminar, trabajar y así preparar su futuro.
Antes de actuar, hay que sumergirse e impregnarse de la pobreza de los pobres, de sus sufrimientos y desilusiones, hay que tener humildad, simplicidad y perseverancia y una visión clara a corto y largo plazo de cómo ayudarlos.
San Vicente de Paúl dijo: “Ser cristiano y ver al hermano afligido, sin llorar con él, sin estar enfermo con él, es no tener caridad, es ser una pintura del cristiano, es no tener humanidad, es ser peor que las bestias” (30 de mayo 1659). 
Menos  papeles y más pan y arroz. Menos burocracia y más rapidez. Menos complicaciones y más simplicidad. Menos discursos y más ayuda concreta. Menos promesas y más acciones. ¡Porque los pobres ya están cansados de esperar!
¡Levantémonos y caminemos en la esperanza! La esperanza y el coraje, nos invitan a la lucidez y, ésta, a la acción por la justicia y la paz. ¡No nos resignemos frente a la pobreza y al sufrimiento, obremos juntos, trabajemos y recemos para hacer advenir el Reino de Dios! 
¡La esperanza de Cristo es más fuerte que toda exclusión y fatalidad!


¡El desarrollo no es el aumento de la capacidad de  consumo! No es tener, sino ser más. Debemos insistir sobre el “ser  más” que sobre el “tener y poseer”. Tenemos que crear y dar las mismas oportunidades  a todas las clases sociales… El pobre es capaz de ser, él mismo, su agente de desarrollo y el responsable de su progreso material, moral y espiritual.
P. Marco Bayas O. CM



No hay comentarios:

Publicar un comentario